No estoy absolutamente seguro de haber estado realmente en Miami Beach. Más bien tengo la sensación de haber jugado al second life, un mundo virtual donde todo es de película: playas de ensueño con “vigilantes de la playa”, cuerpos de playboy patinando entre palmeras, negratas gigantes desfilando con sus hammers musicales, locales y fiestas que ni el mismo Jordi Labanda imaginaria y todo ambientado en un alucinante Art Decó que se refleja de manera especialmente preciosa en los colores pasteles y las formas suaves de esta dulce arquitectura que tanto me gusta. Seguramente los chavales que modelaron el 3D de esta ciudad virtual maldicieron el Jordi Labanda de turno que diseño las casas de golosina pero seguro que lo pasaron en grande inflando de silicona las enormes tetas de las chicas y maniquís que lucen en bares y escaparates respectivamente.
Miami Beach es como una enorme tarta, no solo por las formas y colores, sino también por ese sabor dulce que embriaga. Debo reconocer que he disfrutado mucho con mi inmersión en esta tarta virtual y me encantaría seguir jugando, pero debo salir de aquí antes que me hunda en la nata y ya no pueda salir del juego. Hay que mover el mundo y aquí no están los pedales… ¡oops! ¿dije mover? Bueno, se me escapó... del “movimiento” ya hablaré más adelante, cuando las ruedas empiecen a girar ;).